La generación perdida del siglo XXI

            En pleno siglo XXI, en el que las redes sociales han invadido a la totalidad casi cada aspecto de nuestra rutina, estamos presenciando de primera mano lo que el historiador y escritor Roberto Vaquero cataloga como ''la generación perdida 2.0''. Esta idea, que nos lleva a pensar en aquella generación perdida de principios de siglo XX, refleja una realidad muy alarmante: las tan polémicas redes sociales, en lugar de conectarnos entre nosotros, están creando una generación emergente atrapada en la más absoluta alienación y superficialidad.

            Según Vaquero, uno de los problemas capitales que esta generación sufre es la constante exposición a una vida donde el ''yo'' virtual se convierte en una versión superflua y perfeccionada de uno mismo. La juventud, que cada vez prioriza más modelar esa imagen ideal, vive desconectada de sus realidades y, en definitiva, de los demás.  Los verdaderos lazos sociales se reemplazan por likes y followers, lo que lleva al usuario a un pozo de soledad que, paradójicamente, germina en el centro de una aparente conectividad. Esta búsqueda incansable de validación ajena conduce inevitablemente a una pérdida de identidad y autonomía, fenómenos que Vaquero tilda de un tipo de la llamada ''esclavitud moderna''.

            Por si fuera poco, la constante comparación con los logros de los demás sumada a la presión por mantener una impoluta (aunque falsa) apariencia en redes, alimenta en muchos usuarios una fuerte incertidumbre y desorientación sobre el futuro. La falta de un propósito auténtico y de reflexión vital y la visión difusa de qué caminos tomar en la vida son síntomas comunes de esta nueva generación perdida, que se ve atrapada en una realidad virtual de metas efímeras y éxitos ajenos. Esta falta de rumbo favorece la aparición de una ansiedad en la que el miedo a no alcanzar las expectativas impuestas voluntaria o involuntariamente se suma al vacío de no saber qué camino seguir en el mundo que nos toca vivir a diario.

            Vaquero también nos advierte sobre el daño producido por una “muchedumbre solitaria”, un colectivo cuyos lazos se basan íntegramente en la apariencia. Roberto argumenta que estas plataformas han convertido a las personas en consumidores dóciles,  acríticos y, en cierta medida, dogmáticos. Este modelo, basado en la manipulación de la atención y la dependencia emocional, sirve como fertilizante para problemas de salud mental como la ansiedad y la depresión mezclados con una actitud profundamente narcisista, y deja a los jóvenes anclados en un ciclo infinito de consumo que, como él señala, vacía tanto sus objetivos personales como su tiempo y sus vidas. En definitiva, esta emergente generación perdida  necesita replantearse seriamente su relación con la tecnología para escapar de la trampa de alienación y superficialidad en la que las redes sociales la han sumido.